FAMILIA
Hijos de la Promesa
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Cuando conocí del Señor, recibí muchas promesas y fue emocionante ver cómo, al pasar el tiempo, se iban cumpliendo una a una. No podía comprender cuando escuchaba a alguien decir que no veía el cumplimiento de alguna promesa en su vida.
Dios restauró mi vida, mi relación con mi mamá, la cual fue muy difícil, restauró mis sentimientos y en 2001 me dio un esposo maravilloso. Como pareja servimos al Señor e iniciamos la conquista de nuestros sueños y, por supuesto, nuestra descendencia. Había un ardiente deseo por ser padres y, como nos casamos jóvenes, sabíamos que teníamos tiempo para planearlo y esperarlo.
Cuando iniciamos esa búsqueda y empezó a pasar el tiempo, avanzamos en la conquista de otros sueños, como nuestro ministerio y muchas metas personales; sin embargo, el tiempo pasaba y en esta área no veíamos la respuesta. Entonces decidimos actuar y buscamos ayuda profesional; en un inicio todo parecía estar bien; aun así, al pasar de los años, realizamos los tratamientos sugeridos, pero no veíamos respuesta y por el contrario empezaron a surgir circunstancias médicas en la salud, tanto de mi esposo como mía, que indicaban que solo un milagro nos permitiría ser Padres.
Durante 12 años, oramos, ayunamos, pactamos, confesamos, pedimos consejo, actuamos, pero no veíamos el resultado esperado. Esto trajo mucho dolor a nuestro corazón, y solo el refugiarnos en la Palabra, la presencia de Dios y el servicio a Dios fue nuestro consuelo. Llevábamos bastante tiempo esperando, había momentos en que esperábamos que los tratamientos resultaran y otros en los que tomábamos un receso y avanzábamos con la esperanza de que el Señor respondiera y nos sorprendiera. Hay una palabra que expresa mucho de lo que vivimos, en Juan 12:23-25: “Jesús les respondió diciendo: Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado. De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará”.
En todo este proceso entendimos que Dios se iba a glorificar, pero… ¿cómo?, ¿cuándo?, no lo sabíamos. Tuvimos que caer y morir, morir a lo que queríamos, a cómo lo queríamos o pensábamos que debía ser, y empezar a preguntarle al Señor: ¿Lo quieres hacer? Y Él nos decía “Sí, sí quiero”. ¿Cómo lo quieres hacer?, y ese fue nuestro desafío, entender cómo lo quería.
Cuando vino la idea a nuestra vida, oramos y escuchábamos muchas voces, pero fue escuchar la voz de Dios la que nos dio certeza, también nuestros pastores nos animaron y en una consejería con el pastor César Castellanos se confirmó esta idea. Empezó un deseo ardiente en mi corazón y una firme decisión, la decisión de: “Voy a ser Madre”, muy profundo dentro de mí. En mi corazón se sembró una semilla, que después se plantó en el corazón de mi esposo, e iniciamos la búsqueda: la búsqueda de nuestra descendencia, no teníamos idea de cómo eran los trámites legales para ser padres por adopción; llamamos, preguntamos, leímos, nos asesoramos… e iniciamos el proceso.
Fue emocionante, finalmente el sueño tenía una ruta clara a seguir, a pesar de que los médicos nos daban alientos para continuar, decidimos emprender este camino desconocido de la mano de Dios y con su dirección. Al igual que en un embarazo, tuvimos nuestros desafíos; pero finalmente empezamos a ver respuestas. Iniciamos un proceso de adopción que nos decían tardaría años; no obstante, apenas duró un año y medio para que nos dieran el SÍ y cinco meses después estábamos en nuestra “sala de parto”, en nuestro encuentro con nuestro bebe, un hermoso niño de dos añitos.
Estamos convencidos de que Dios lo escogió para nosotros, pero también de que nos escogió a nosotros para él. Fue amor a primera vista, todo lo que nos decían que podía pasar no sucedió. La conexión fue inmediata, ese mismo día nos dijo pa y ma y escuchar esas palabras por primera vez, ver el milagro hecho realidad y el cumplimiento de la promesa… me hizo reír tanto, que en casa todos reímos mucho, no paramos de reír.
El 8 de noviembre de 2016, llegó Martin Andrés, su nombre significa “Guerrero Valiente” y es un niño amoroso, tierno, creativo y muy tranquilo. Es asombroso cuando lo miro, veo tantas cosas en común con nosotros, con sus abuelos o tíos, y estoy convencida de que si hubiese nacido de mí, sería exactamente tal y como es.
Cuando esperas tanto tiempo y pacientemente una promesa y mueres a tí, a lo que quieres y cómo lo quieres, definitivamente Dios te sorprende, y el camino no se detiene, todo lo contrario, empiezas a conquistar más profundo en ese sueño, y eso fue lo que sucedió. Apenas tuve a Martin Andrés en mis brazos entendí que no iba a estar solo y que daríamos un paso más hacia adelante.
Siempre oramos por dos hijitos y sus nombres siempre fueron Martín y Valeria, y a pesar de que estábamos aún en proceso legal con Martin Andrés decidimos no dar espera e ir por Valeria, ya habíamos esperado 13 largos años y no nos íbamos a detener.
Durante el proceso una de las psicólogas me pregunto: ¿Tienes temor? A lo cual le respondí, ¿si me preguntas que si hay dudas, inquietudes, temores? Le dije: “Sí, los tengo, pero tome una decisión y es la de confiar, confiar en Dios, en que Él tiene lo mejor y que ciertamente podrán venir los desafíos, pero confío que Él me ayudará a enfrentarlos y superarlos y decido esperar lo mejor, creer que Él tiene lo mejor para mí y para mi familia, y espero lo mejor de Dios”. Como hemos aprendido todos estos años, Jesús tomó lo peor de mí para darme lo mejor de Él.
Y así ha sido, el entender que todos somos adoptados, aun los hijos naturales, una vez son colocados en los brazos de sus padres, ellos toman la decisión de aceptarlos (adoptarlos) y amarlos, cuidarlos… O no…
El Señor nos dejó un tesoro con las palabras de Pablo en Romanos 8:15, donde nos invita a tomar la decisión de confiar, de creer, de no temer –lo cual nos esclaviza– y así recibir el Espíritu de adopción, que nos da la confianza de que somos sus hijos legítimos y podemos llamarlo Papito. Y cuando veo a mis hijos, sé que son míos y son legítimos, que no hay acepción de personas. Ellos me han llevado a entender que soy Su hija legítima y la promesa que recibí y su cumplimiento son legítimas.
Cuando le damos la libertad a Dios para que Él escoja cómo, cuándo y dónde, es un verdadero salto de Fe y Dios te sorprenderá, no solo a tí, sino a tu familia, y no se detiene la bendición, Él añadirá.
Nuestra familia y amigos nos han demostrado su amor apoyándonos incondicionalmente y recibiendo a nuestros hijos de la misma manera que si hubiesen llegado por vía natural.
El 30 de octubre de 2019 llegó Anna Valeria que significa “llena de Gracia”, compasiva, fuerte, valerosa y sana. Tenía 16 meses y cuando llegó a nuestra vida hubo cántico en mi corazón, y le dije: “Hija, eres la respuesta a la oración que no pedí, y recibí mucho más”. Cuando llegó, ella me adoptó inmediatamente, se aferró a mí, y sentimos que Dios nos completó, aún el capítulo no se acaba y sabemos que Dios puede seguir sorprendiéndonos, por eso vivimos a la expectativa de lo que Él puede hacer, creyendo que su voluntad es Buena, Agradable y Perfecta.
Doy gracias a Dios porque mis hijitos crecieron muy dentro de mí, en mi corazón.
“Porque fortificó los cerrojos de tus puertas; Bendijo a tus hijos dentro de ti.”
Salmos 147:13
Ángela Dávila
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